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*Artículo publicado inicialmente  en el diario El Espectador -Colombia

La emergencia causada por el nuevo coronavirus plantea retos y oportunidades en torno a la agricultura, el campesinado y la alimentación. Por eso, el Observatorio Rural de la Universidad de La Salle plantea un debate frente a la necesidad de repensar la política agropecuaria para responder con asertividad y eficacia a la compleja situación que afronta el país, en tiempos del COVID-19 y lo que viene.

Pues una vez más, el sistema económico y social enfrenta un desafío, como hace 11 años cuando la crisis del 2008 terminó en una recesión mundial causando la pérdida de la confianza en los mercados y el aumento de la pobreza global.

“Hoy nos enfrentamos a un nuevo virus, esta vez no solo económico: ¡uno real!, que ataca nuestras vías respiratorias causando una infección respiratoria aguda (IRA) que puede llegar a ser leve, moderada o grave”,Oscar Eduardo Garavito, director del Observatorio Rural de la universidad de La Salle quien plantea varias reflexiones frente al tema y la necesidad de aprovechar la crisis para generar nuevas oportunidades de trabajo y fortalecer la agricultura en Colombia.

Este virus nos ha contrapuesto a situaciones que probablemente la humanidad no había enfrentado en una escala global. Las medidas de control social para evitar la propagación de esta pandemia mundial han llevado a la economía y al comercio al límite de sus capacidades, teniendo ahora un margen de maniobra macroeconómico inferior al que se tenía en el año 2007 (con las bajas tasas de interés de los bancos centrales y el precio del petróleo a niveles de inviabilidad productiva), destruyendo el empleo del mundo y afectando la seguridad alimentaria no solo en Colombia sino en todo el planeta.

El sector agrícola y pecuario no ha sido ajeno a los acontecimientos, por el contrario, la caída de los precios del petróleo WTI (para entrega en mayo, por debajo de los 30 dólares/barril, lo que no se veía desde junio de 1999) ha generado una volatilidad de las divisas que, sumado a la incertidumbre inversionista, han disparado la devaluación del peso en un 15.96% en lo corrido de marzo, cercana al 25% desde que inició el año y del 31% en los últimos 12 meses. Esto ha incrementado el costo de las importaciones de insumos para la economía colombiana, en particular, para el sector agropecuario. De igual forma, ha aumentado el costo de los productos agroalimentarios comprados en el exterior, lo que plantea un desafío inflacionario que terminará afectando directamente a la política de seguridad alimentaria nacional.

De la crisis a la oportunidad

Bajo este oscuro panorama y desde el aislamiento, más que llamar a la alerta y al pánico global, el Observatorio Rural de la Universidad de La Salle plantea la necesidad de reflexión y buscar en la crisis la oportunidad. Es momento de volver atrás para seguir adelante. Visibilizar y dignificar la agricultura familiar, campesina y comunitaria como la principal alternativa a los productos importados y al desafío sobre la seguridad alimentaria y el empleo que presenta la actual coyuntura.

Es ahora cuando se necesita fortalecer el capital básico para la agricultura, si bien el problema comienza por la propia producción (se importan hoy grandes cantidades de alimentos, dejando latentes los riesgos frente a la seguridad y soberanía alimentaria ante un eventual cierre parcial del comercio mundial), es claro que la logística para que estos productos lleguen a las urbes son insuficientes.

Empresarización del campo

Es tiempo de pensar, nuevamente, en la inversión en vías terciarias, en cadenas de frío comunitarias y sistemas de beneficio colaborativos que permitan alcanzar economías de escala en los procesos agroalimentarios campesinos, pero, también con los sistemas agroindustriales. Programas de formación empresarial y extensión rural que vinculen la vocación y capacidades territoriales para crear nuevas y mejores formas de producción basada en los diferentes conocimientos campesinos.

Es el momento para fortalecer a nuestros campesinos y crear toda una nueva política que conviertan esta oscura noche en un nuevo amanecer de la agricultura que nos permita garantizar la seguridad y la soberanía alimentaria, siendo competitivos en un mundo post-COVID-19.